Me considero un firme defensor de las redes sociales. Creo en su potencial para unir personas, mostrar en directo sucesos relevantes y difundir en minutos conocimientos que, de no ser por estas plataformas, muchas veces quedarían ocultos o tardarían en llegar a cada uno de los rincones del planeta donde existe un Internet libre.
Sí, creo que las redes sociales tienen más cosas buenas que malas. Lo mismo pienso de la sociedad. Sin embargo, en el mundo real, es cierto que también hay personas cuyos comportamientos son más que reprochables ética y judicialmente, y por ello no podemos esperar que en las redes, que son un reflejo viral de la sociedad, todo sea bonito.
Esto no ocurre porque las redes sociales sean perjudiciales, sino más bien porque algunos usuarios las utilizan para hacer valer lo que ellos mal llaman “libertad de expresión” pero, a la vez, olvidando las libertades y derechos que tenemos el resto de personas. Sin embargo, las redes sociales no están para eso.
Como los antiguos foros de Grecia, donde los ciudadanos se reunían a deliberar decisiones, las redes sociales se han presentado como un perfecto escenario donde practicar el debate, poner en común opiniones y, sobre todo, aprender. No se puede pretender mostrar nuestra opinión, que deja de ser privada, y no estar dispuestos a escuchar la del resto, no en Twitter o en Facebook.
¿Se imaginan salir a la calle con un altavoz y dar su opinión sobre ciertos temas? Seguramente alguien podría decir “yo no estoy de acuerdo”. Para quienes aún no lo tienen claro, esto son, exactamente, las redes sociales: un espacio público donde las palabras poseen un valor, una repercusión y en el que cada uno es esclavo de lo que dice.
De hecho, quizás lo que las redes sociales están ocasionando es que seamos cada vez más responsables de lo que decimos, aunque no seamos conscientes. Porque sí, lo que se dice tiene unas consecuencias que pueden afectar a nuestra vida personal o profesional.
Estas noticias que han aparecido en diferentes medios de comunicación en apenas cuarenta y ocho horas muestran cómo los tribunales aplican las leyes también en el entorno 3.0. Porque somos responsables de nuestros actos y las redes sociales no nos valen para lanzar la piedra y esconder la mano.
No lo digo yo, lo dicen sentencias como esta: “La expresión, y en concreto la palabra, puede lesionar bienes jurídicos esenciales para una sociedad, y por ello este tipo de delitos que pueden cometerse abusando de la libertad de expresión se encuentran dispersos por diferentes capítulos del Código Penal en función del bien jurídico al que afecten (…) a nadie le puede caber duda de que la libertad de expresión es un derecho fundamental de las personas que además ejerce una función social esencial para la democracia, pero no puede ser utilizada para destruir los valores fundamentales de la misma, tales como la tolerancia, la paz social y la no discriminación“.
Al final, todo se resume en no hacer en Internet lo que no haríamos en nuestra vida no virtual, tenemos que aprender a aprovechar la oportunidad que nos brindan las redes sociales para interactuar respetuosamente con los demás usuarios, fomentar el debate crítico y colaborar en un espacio virtual que se nos cede para participar democráticamente. Cuidemos las redes sociales y no permitamos que nos deshumanicen.